[ 13 ] La Eucaristía es el centro y la vida que anima nuestra existencia y la de nuestra Congregación, la fuente de todas las gracias que recibimos, el origen de todo don que precisamos para ser fieles, la esencia del carisma; en definitiva, lo más importante que poseemos como consagradas.
En Jesús Eucaristía hallamos el alimento indispensable para perseverar, por Él y en Él se afianza nuestra fe, se renueva nuestra esperanza y se acrecienta nuestro amor. Llevamos en el alma —precisamente cuando estamos fuera de los tiempos de oración— el deseo de estar en su Presencia, para adorarle en cada momento y acompañarle espiritualmente en el sagrario. Nuestro amor a la Eucaristía nace de la contemplación de Cristo en el Calvario y de la donación incondicional que hace de sí al quedarse, por nuestra causa, en la Sagrada Hostia.
[ 14 ] Para nosotras, la vía de correspondencia al amor y al sacrificio de Cristo inmortalizado en la Santa Eucaristía es nuestra adoración perpetua. «Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto, palpar el amor infinito de su Corazón. ¿Cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? San Alfonso María de Ligorio escribió: “Entre todas las devociones, esta de adorar a Jesús sacramentado es la primera —después de los sacramentos—, la más apreciada por Dios y la más útil para nosotros”. La Eucaristía es un tesoro inestimable […], en Ella se prolongan y multiplican los frutos de la comunión del Cuerpo y Sangre del Señor».
[ 15 ] Por ello, trabajamos para propagar la adoración perpetua del Santísimo Sacramento en la Iglesia, a fin de que Jesús Eucaristía nunca se encuentre solo, al contrario, esté en perenne compañía durante esta pasión que se renueva en Él por el pecado de la humanidad. Es nuestro principal deber —en las obras apostólicas que iniciemos y en los lugares de misión donde nos hallemos— enseñar con tesón y energía el amor que se le debe a este divino Sacramento y hacer de todos verdaderos y constantes devotos de frecuentar a Jesús en el sagrario y expuesto en la custodia.
[ 16 ] A nosotras, como imitadoras de María, nos corresponde permanecer junto a Él al pie de su cruz que está representada en cada sagrario. Por esta razón, nuestra adoración perpetua es vivida en un espíritu de reparación y desagravio al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado corazón de María por la indiferencia con la que es tratado Nuestro Señor en este adorable Sacramento y por todo cuanto llega a ser causa de su renovada pasión.
[ 17 ] Una Hija de la Sagrada Familia se ha apartado del mundo y de todos sus amores para hacer de este divino Sacramento su amor supremo. Halla junto a la Hostia consagrada su corona y su gloria, su refugio seguro, su descanso y consuelo, su fuerza y su luz, su aliento y su ejemplo, su Amigo y su todo; nada le hace falta cuando viene al encuentro de Jesús Sacramentado, la vida se le renueva para seguir día a día hasta la cima del Gólgota donde mejor se asemeja a Él. Ninguna de nosotras puede decir “estoy sola” porque sería mentirse a sí misma, olvidando que, justamente, Cristo se quedó real y verdaderamente en el Santísimo Sacramento para hacerse presente en medio de nosotras y darnos todo cuanto necesitáramos. Venga aquí toda hermana que se sienta débil y hallará fortaleza, enferma y encontrará salud, confundida y recibirá claridad, temerosa y descubrirá valor para seguir, turbada y se llenará de paz; tentada y saldrá vencedora de la prueba, incapaz y se le dará toda gracia en Él. Todo cuanto se busque se encontrará, todo cuanto se desee se alcanzará, todo cuanto haga falta se le dará. Vayamos siempre y en todo momento a Él hasta quedar transformadas en Él, como “verdaderas hostias del Padre”. Y es precisamente por ello que portamos el color blanco en el hábito religioso, por el recuerdo que debemos llevar como verdaderas esposas de Cristo de ser una hostia viva a semejanza de Él, conservando el alma siempre blanca, sin pecado, pura y sin mancha.
[ 18 ] Para una Hija de la Sagrada Familia, la Eucaristía lo es todo y con Ella no le hace falta nada. Buscará vivir para hacer de sus actos una sola cosa con esa divina Hostia que adora, la misma que, antes de convertirse en el cuerpo del Señor, es molida y triturada como trigo para formar los accidentes del pan, puesta en el crisol del horno se convierte en alimento que puede ser consumido y, finalmente, llega al altar y en ella baja Dios, y Dios se hace comida que queda absorbida por el cuerpo. En otro caso, tras ser consagrada, es guardada en un copón donde se queda solitaria y encerrada dentro del sagrario frío y, muchas veces, expuesta a olvidos y abandonos. Todo esto, manifiesto a nuestra mente, lo ha hecho Dios para que entendamos cuán infinito, excesivo y desbordante es su amor por el hombre. Nosotras, meditemos entonces, cómo hemos de asumir nuestra vocación, de tal manera que nos dispongamos a ver replicado en nosotras cuanto acontece a la hostia, antes y después de consagrada, según sean los designios de Dios. Seamos hostia para la Sagrada Hostia, sin que nos importe el cómo, ni el cuándo de su obrar divino; que nos importe solo corresponder con verdadero amor y adoración a este Santísimo Sacramento del altar, vida y razón de nuestro ser en la Iglesia.