AMOR A LA VIRGEN

[ 19 ] La Santísima Virgen María es imagen de unión eclesial «en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo». Ella «es la imagen y principio de la Iglesia […] que precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios, como signo de esperanza segura y de consuelo». Ella, desde los comienzos de la era cristiana, tal como se encontraba en medio de los Apóstoles —que «perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de este» (Hch 1,14)—, ha estado en medio de la Iglesia a lo largo de todos los siglos y lo seguirá estando siempre porque «la Iglesia fue congregada en la parte alta [del Cenáculo] con María, que era la Madre de Jesús, y con sus hermanos. No se puede, por tanto, hablar de Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor, con sus hermanos».

[ 20 ] Este pilar nos identifica, principalmente, con nuestra espiritualidad y atiende al amor que le debemos a nuestra Madre; a Ella que, «mientras es predicada y honrada, atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio, y hacia el amor del Padre»; Él mismo, determina confiárnosla en la cruz para que nos dejemos amar por Ella y, de nuestra parte, consolemos, reparemos y cuidemos su corazón Inmaculado.

[ 21 ] El «Ecce Mater tua» lo predicamos siempre, lo escribimos y enseñamos. Es el testamento que llevamos como un sello en la memoria y en el corazón para recordar la misión particular que se nos dio en la cima del Gólgota: vivir una verdadera devoción a la Santísima Virgen.

[ 22 ] Nos consolidamos en la enseñanza de san Luis María acerca de las cualidades que debe poseer la verdadera devoción a nuestra Madre:

Primero, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es interior, es decir, procede del espíritu y del corazón, de la estima que tienes de Ella, de la alta idea que te has formado de sus grandezas y del amor que le profesas.

Es tierna, vale decir, llena de confianza en la Santísima Virgen, como la confianza del niño en su querida madre.

Es santa, es decir, te lleva a evitar el pecado e imitar las virtudes de la Santísima Virgen.

Es constante, te afianza en el bien y hace que no abandones fácilmente las prácticas de devoción. Te anima para que puedas oponerte a lo mundano, a sus costumbres y máximas; a lo carnal y sus molestias y pasiones; al diablo y sus tentaciones.

Y, por último, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es desinteresada, es decir, te inspirará a no buscarte a ti mismo, sino solo a Dios en su Santísima Madre. El verdadero devoto de María, no sirve a esta augusta Reina por espíritu de lucro o interés, ni por su propio bien temporal o eterno, corporal o espiritual, sino únicamente porque Ella merece ser servida y solo Dios en Ella.

[ 23 ] Nuestra devoción a la Virgen, además, es sólida, no se basa en sentimentalismos, sino en el amor de voluntad, el cual es el amor espiritual que se mueve por la fe en la verdad acogida y obra conforme a ella.

[ 24 ] En esta devoción que le profesamos a la Virgen, nos ofrecemos a ser mártires por amor a Ella y a su Hijo Jesús, sabiendo que el derramamiento de sangre empieza por la fidelidad a nuestros votos y a esos pequeños deberes con los que diariamente debemos responder con perfección, siendo conscientes de que, en la medida en que seamos fieles y estemos unidas a Ella, la hacemos reinar en nuestras vidas y en todas las almas.

[ 25 ] Contemplamos y acompañamos a la Virgen en el Calvario y meditamos diariamente en sus dolores, porque somos conscientes de que cuando se ofende a Dios, así también a su Madre, dado que al estar unida a Cristo, se le renuevan en unión a Él, todos sus dolores. «La Madre de Dios, encuentra en el Calvario un momento particularmente importante. Allí —como en el resto de su vida—, aceptando y cooperando con el sacrificio de su Hijo, María es el amanecer de la redención. Crucificada espiritualmente con su Hijo crucificado (cfr. Ga 2,20), María contempló con un amor imperturbable la muerte de su Dios, “consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que ella misma había engendrado”».

Es así que, como el discípulo se la llevó a su casa desde aquella hora, procuramos llevar sus sufrimientos en el corazón para buscar consolarla, ejercitándonos en llevar la santidad en toda nuestra conducta para reparar verdaderamente su Inmaculado corazón por las ofensas que recibe de todos los hombres.

[ 26 ] Es nuestro ideal hacer que todas las almas la conozcan y la amen y no descansar hasta verla reinar en el mundo entero, porque solo así vendrá el reinado de Jesucristo. Movidas por esta razón, estamos dispuestas a llevar a todos los continentes esta espiritualidad para que, conociendo el mundo la magnitud del amor de la Virgen por nosotros, ame su corazón Inmaculado y reconozca la infinita bondad de Dios al dárnosla por Madre y a Él se le dé toda alabanza, gratitud, honor y gloria.