[ 39 ] «Una cosa os pido: estad cercanos a mí […] en todas partes. No dejéis de estar con el Papa». Estamos unidas al Santo Padre, porque Él es la piedra sobre la cual Cristo edificó su Iglesia (cfr. Mt 16,18); conservar la unidad con Él mantiene el vínculo del amor que nos debe caracterizar como miembros del Cuerpo místico de Cristo.
[ 40 ] «Allí donde está Pedro, allí está la Iglesia». El romano Pontífice «es principio y fundamento perpetuo y visible» de la unidad de la Iglesia universal. Nosotras seguimos el principio de san Ignacio de Loyola: «Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia Jerárquica así lo determina». Por ello, convencidas de que esa es la voluntad de Jesucristo, «permanezcamos sordos cuando alguien nos hable prescindiendo del Papa, o no explícitamente en favor del Papa y de la sana y exacta doctrina de la Iglesia: los tales no son plantación del Padre Celestial, sino malignos retoños de herejías que producen fruto mortífero». Tengamos siempre presente que, «al Papa se le debe amar en cruz; y quien no lo ama en cruz, no lo ama de veras. Estar en todo con el Papa quiere decir estar en todo con Dios». Amar al Papa, amar a la Iglesia es amar a Jesucristo», ya que amor a Jesucristo y amor al Papa se identifican en un mismo amor. Cada día y durante todo el día elevamos nuestras plegarias por el Santo Padre, pues la «consideración diaria del duro peso que grava sobre el Papa y sobre los obispos nos urge a venerarles, a quererles con verdadero afecto y ayudarles desde la oración».
[ 41 ] Nuestro celo apostólico es, principalmente, por el Papa, los obispos y los sacerdotes. Ellos son —como dice San Juan María Vianney— el amor del Sagrado Corazón de Jesús y de María; merecen, por ello, toda nuestra entrega en la plegaria y en el sacrificio que ofrendamos. Ellos llevan la tarea más eminente, exigente y principal en la Iglesia y necesitan que nuestra vida de holocausto, consumida en unión con Cristo, crezca cada vez más por la misión que desempeñan. Son los hijos predilectos de la Virgen María y nosotras hemos de considerarnos, sobre todo, esclavas de amor por
ellos y por la obra inmensa de evangelización que Dios les ha confiado. Son también para nosotras —como madres de la Iglesia— hijos predilectos, por los cuales hemos de donar- nos día y noche, como hostia viva, por su santificación y salvación porque hoy más que nunca «la Iglesia espera hallar en los sacerdotes personas espirituales, es decir, que con su vida y conducta testimonien, de modo creíble y convincente, la presencia de Dios y de los valores del espíritu en nuestra sociedad».
[ 42 ] Los días jueves, además de la solemne institución del sacramento de la Eucaristía, recordamos la institución del sacramento del Orden Sacerdotal y en su memoria rezamos de manera comunitaria, especialmente, por el Papa, los obispos y sacerdotes.
[ 43 ] Nuestro apostolado con ellos se cifra en la solicitud y atención hacia todas sus necesidades, en el esfuerzo por responder con gran diligencia cuando seamos llamadas a servirles y, sobre todo, en acompañarles espiritualmente desde nuestra intercesión.