AMOR A LA MISIÓN

[ 51 ] Recibimos el llamado a vivir como apóstoles infatigables para llevar a todas partes el Evangelio. Cada día nuestro descanso será haber anunciado al Señor con las palabras ciertamente, pero más aún, con nuestra conducta y nuestro buen obrar sin importar lo que debamos sufrir por la evangelización, pues nada escatimamos con tal de que Nuestro Señor sea más conocido y amado. Día a día y en cada momento nos lanzamos a misionar por Cristo, con Cristo y para Cristo porque:
La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio. Es el Espíritu Santo quien impulsa a anunciar las grandes obras de Dios: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Co 9,16).

[ 52 ] Nos apremian las tierras de misión, las almas que mueren sin conocer el amor de Dios, sin ser bautizadas, sin incluso escuchar su Nombre. Nos atraen hacia sí los pueblos más necesitados, las gentes que padecen un sinfín de dolencias, los obispos que están precisando religiosas que les ayuden en su inmensa labor apostólica, las naciones que viven creyéndose abandonadas por Dios porque nadie o muy pocos son los que acuden a misionar en ellas.

[ 53 ] «En nombre de toda la Iglesia, siento imperioso el deber de repetir este grito de san Pablo. Desde el comienzo de mi pontificado he tomado la decisión de viajar hasta los últimos confines de la tierra para poner de manifiesto la solicitud misionera; y precisamente el contacto directo con los pueblos que desconocen a Cristo me ha convencido aún más de la urgencia de tal actividad a la cual dedico la presente Encíclica».

[ 54 ] «Id por el mundo entero y predicad el Evangelio» es el mandato misionero que nos dejó el Señor y nosotras —fieles a él— nos disponemos a anunciar con todo fervor a tiempo y a destiempo el mensaje de su Palabra que es «digna de todos nuestros esfuerzos», para así llegar a «abrazarla en toda su pureza e integridad, y difundirla con el ejemplo y la predicación, como nuestra gran misión»: «Esta es vuestra misión hoy, mañana y el resto de vuestras vidas».

[ 55 ] No tenemos miedo de ir a todos los rincones de la tierra, a las regiones más pobres y difíciles y a aquellas donde aún no llega el Evangelio con tal de que Cristo y su Madre sean conocidos y amados. Rogamos a Dios nos conceda la gracia de poder servirle en estos lugares donde hay tanta urgencia de anunciar la verdad y de dar testimonio de ella, pues «la Iglesia necesita muchos cualificados evangelizadores que, con nuevo ardor, renovado entusiasmo, fino espíritu eclesial, desbordantes de fe y esperanza, hablen cada vez más de Jesucristo», por ello, nos preparamos para dar respuesta a tan exigente necesidad con una voluntad firme y determinada a sufrirlo todo por Cristo en la misión, con tal de ganarlos a todos para Él porque «¡el Evangelio de Jesús debe conquistar el mundo!».