[56] El escudo —portador de los elementos del Carisma— evoca nuestro ideal de vida como Hijas de la Sagrada Familia; meditando en sus símbolos descubrimos nuestra identidad y aquello que debemos hacer vida. Todo en él alude al amor que profesamos a Cristo y a su Santísima Madre, por lo que se convierte en un depositario fiel de nuestra espiritualidad, profundamente, cristocéntrica y mariana.
[57] Descripción externa del escudo: Un corazón de color rojo cercado de rosas doradas, en su centro el monograma ‘JHS’ en letras de oro y, encima del mismo, los instrumentos de la pasión: unos flagelos, la corona de espinas y tres clavos. Sobre el corazón una llama de fuego y al costado cuatro gotas de sangre que manan de él, formando un charco de sangre.
[58] Hacia la parte superior una gran cruz ceñida por una corona dorada. Las palabras Ecce Mater tua sobre el leño horizontal y este, a su vez, es sostén de una estola sacerdotal. El leño vertical, en cambio, enterrado en el corazón, se cuenta como una de las siete espadas que lo atraviesan.
[59] A la periferia del corazón un Rosario azul celeste y en sus cuentas más grandes cada uno de los cinco continentes. En la parte inferior del Rosario un lirio blanco superpuesto.
[60] Simbología de los colores:
— Rojo (corazón, sangre): valor, coraje, espíritu guerrero; es también emblema del amor divino.
— Celeste (Rosario, estola): lealtad, generosidad, nobleza y, tradicionalmente, significa las vestes de la Virgen María.
— Blanco (lirio): fe, pureza, virginidad y paz.
— Dorado (espadas, corona, rosas, monograma): realeza y fortaleza.
— Marrón (cruz): humildad y vigor.
I. ECCE MATER TUA
[61] Esta divisa es colocada en el madero, justamente, para significar el papel corredentor que nuestra Madre desempeña en el Calvario. De la misma manera en que Cristo, siendo elevado de la tierra por su crucifixión, atraía a todas las almas hacia Él, así para María «la gloria de su maternidad divina alcanzaba en aquel momento su ápice, participando directamente en la obra de la redención». En este contexto, recibiendo la misión de Corredentora, la Virgen Santísima tiene que darse a conocer, atrayendo a todas las almas —a semejanza de Cristo— hacia su corazón Inmaculado, que es traspasado y muerto por el dolor de ver morir a su Hijo.
[62] Para nosotras, estas palabras expresan la divina llamada a una vida particular dentro de la Iglesia, que nos impulsa a procurar —con toda nuestra labor apostólica— que en cada alma se arraigue el amor de aquella mujer a quien Dios hizo su mayor cooperadora en el sufrimiento y, por medio de él, en la Redención humana.
II. EL CORAZÓN
[63] Desde la cruz, Cristo ha entregado a cada Hija de la Sagrada Familia el Corazón de su Madre para que viva apropiada de él, sintiéndose responsable de lo que este Corazón vive, sufre, sueña y anhela, para prolongar en sí el amor divino que Él mismo le prodigó en la tierra.
[64] Las siete espadas reflejan la espiritualidad de reparación y la devoción al corazón Inmaculado, en cumplimiento al incesante pedido de desagravio que Ella ha realizado a insignes bienaventuradas como santa Brígida, sor Lucía, la beata Verónica de Binasco y tantos otros santos. Es la espiritualidad del dolor, del sufrimiento y de la cruz que, desde siempre, ha acompañado y ha caracterizado nuestro amor a María. Así, como el amante se apropia de los dolores del amado, puesto que el amor los configura en una sola cosa; así, una Hija de la Sagrada Familia no puede permanecer indiferente a los dolores de su Madre, pues Ella es el amor de su corazón y debe vivir dispuesta a todo con tal de verla sonreír. ¿Acaso no ha nacido en la Iglesia para ser el consuelo de María a través de sus obras y de su vida misma?
Etimología de la palabra ‘corazón’:
[65] La palabra ‘corazón’ se deriva del latín Cor junto con otras palabras de nuestro lenguaje que, sin parecerlo, llegan a relacionarse con ella de alguna forma. Entre ellas: cordial, cordialidad, coraje, acordar, recordar, concordia, discordia y cordura. Las definimos aquí para señalar el significado espiritual que los conecta con nuestros ideales:
— Cordial significa «afectuoso» y cordialidad, «franqueza o sinceridad». Estas cualidades son acogidas en nuestra cotidianidad por la semejanza que queremos guardar con el hogar de Nazaret. Una buena relación entre hermanas llevada cordialmente es la expresión de un amor mutuo y sincero, propio de nuestra vida fraterna.
— Coraje como «valentía». Este espíritu de valentía y fuerza nos lleva a embestir el mundo con el anuncio del Evangelio y a perseverar en esta misión pese a las dificultades y desafíos que puedan presentarse, removiendo con una «determinada determinación» todo obstáculo que pretenda impedir la proclamación de la verdad.
— Recordar es «traer a la memoria», sea de uno mismo o de otro. El prefijo «re» lleva implícita la idea de repetición; en este caso es un conocimiento o experiencia del pasado el que retorna a las profundidades del corazón. Se muestra así una relación entre la memoria y el corazón.
Así nosotras, con la constante meditación de las realidades eternas en el corazón, traemos incesantemente a nuestra memoria la vida de Cristo y de María. Y más aún, es nuestro deber mostrarlo como un recuerdo vivo en nuestros actos, pensamientos y sentimientos, es decir, nuestra vida misma configurada con la de ellos.
— Concordia es «conformidad, acuerdo o unión». Cuando hay buen acuerdo entre dos personas parece que sus corazones latan al unísono, mientras que, si no lo hay, parece como si latieran desacompasados.
Quiere significar, ante todo, nuestra insistencia en una concordia de corazones con los de Jesús y de María, pero más allá de esto, significa la concordia que queremos establecer en el mundo entero para que en él reine la justicia. Significa nuestro llamado a ser “embajadoras de la paz” para lograr que todos los hombres vivan este mensaje y la concordia sea sembrada en la sociedad, seguras de ser recompensadas con la bienaventuranza que Cristo prometió a los que trabajasen por la paz.
— Cuerdo y cordura como «volver uno en su juicio», «despertar», «volver en sí», tomar consciencia.
Si bien reconocemos el cielo como nuestra verdadera patria y allá elevamos nuestro corazón, como diariamente lo reclama el «sursum corda», ponemos con firmeza los pies en el suelo para aterrizar, con ellos, todos nuestros planes de santidad y vivir con cordura nuestra vocación religiosa. Más aun, admitimos —con los santos— una sola locura en nuestra vida que nos deja afirmar con san Rafael: ‹‹En el amor a la cruz de Cristo, he encontrado la verdadera felicidad››. Y por ella continuamos suspiramos: ‹‹¡Ah!, la locura de la cruz […]. Si el mundo supiera lo que es abrazarse de lleno, de veras, sin reservas, con locura de amor a la cruz de Cristo››. Anunciar y amar con pasión la cruz de Cristo: esta es nuestra única locura y nuestra mayor gloria.
III. FLAGELOS, CORONAS DE ESPINAS Y CLAVOS
[66] Al interior del corazón Inmaculado aparecen los instrumentos de la Sagrada Pasión y, precisamente, se hallan dentro por la necesidad que tenemos de verlo todo a través de la Virgen; también el sufrimiento de Cristo, el cual no se distingue del suyo, pues una misma es la causa que aflige sus Corazones: la ingratitud y el pecado de los hombres. Ella «soportaba en su Corazón, cruz tan dolorosa como la que llevaba Él en sus hombros». Por ello, el desagravio al Corazón de María es también el consuelo de Cristo.
IV. LAS CUATRO GOTAS DE SANGRE
[67] Representan los cuatro votos que profesamos. Brotan del corazón Inmaculado porque en Ella encontramos el modelo perfecto de esposa de Dios. Teniéndola a Ella como ejemplo, lograremos ser para Cristo consuelo, alegría y motivo de gloria, pues de nadie recibió tanto amor como lo recibió de Ella.
La sangre forma un charco a los pies del Corazón que alude a la ofrenda de martirio por la cual —como consta en nuestra fórmula de profesión— hacemos oblación de toda nuestra vida a Dios y a la Virgen, porque el amor merece ser correspondido. Y ¡qué amor ha sido este que envía a su Unigénito a morir por nosotras y nos entrega a su Madre! ¡Bendita Madre!, que por todo el sufrimiento indecible que cargó en su corazón mereció que la Iglesia la llame ‘Reina de los mártires’. Por eso, nosotras no podemos contentarnos con cualquier amor, sino solo con aquel que es capaz de llegar hasta el martirio y, sobretodo, el martirio incruento.
V. «JHS»
[68] Estas siglas se graban dentro del Corazón de la Santísima Virgen para recordarnos que Jesús habitó en su seno. Quiso Él encarnarse y entregarse a la humanidad a través de Ella y ahora quiere también permanecer con los hombres, sin apartarse de su lado. La Virgen sigue siendo portadora de su Hijo aquí en la tierra y no quiere más sino dárnoslo para que, en Ella y por Ella, sea servido, amado y adorado, tal como lo manifiesta a san Juan Diego cuando le pide construir su ‘casita sagrada’.
María fue la primera adoratriz de este divino Sacramento encarnado. Sus purísimos ojos lo contemplaron por primera vez en el establo de Belén. Ella, después de llevarlo en su vientre virginal —como sagrario que contiene la Hostia— lo expone a los hombres en el altar de las humildes pajas del pesebre para que lleguen a adorarlo magos y pastores. María nos enseña a ser adoradoras perpetuas del Santísimo Sacramento y a amarle, como Ella, con todas las fuerzas de nuestro ser.
VI. LA CRUZ
[69] La cruz está en el centro del escudo, tal como debe estar en el centro de nuestra vida. Es el árbol santo que ha sembrado Dios en la tierra para configurarnos con su Hijo. Cuando la cruz echa profundas raíces en el alma el Padre es glorificado con abundantes frutos y puede realizar también, por medio de ella, la obra maravillosa efectuada en Cristo. Pidamos, entonces, con san Juan Eudes: «Que lleve siempre vuestros dolores en mi alma, que ponga mi gloria y mis delicias en estar crucificado con Jesús y con María».
[70] Su modelo curvado se inspira en la cruz pastoral de san Juan Pablo II, fiel pregonero de la verdad de Cristo. Su ciencia y sus escritos lograron cubrir los aspectos más impensables de la vida cristiana y natural del hombre, por eso su magisterio ampara la recta formación de nuestra Congregación, ya que con su ejemplo nos mantiene unidas a la Iglesia y a su santa doctrina. Además, con su filial devoción a la Virgen María nos exhorta a un total abandono en sus brazos maternos.
VII. ESTOLA SACERDOTAL
[71] La estola sacerdotal aparece pendiendo de la cruz para significar el amor al sacerdocio que, de manera especialísima, se manifestará en nuestra vida de oración, sacrificio y trabajo. Su color azul y la forma de ‘M’ simbolizan el celo que nos consume porque todas las almas sacerdotales profesen un profundo amor hacia nuestra Madre Santísima. En efecto, todo sacerdote, deseándolo así, podrá vincularse espiritualmente a la Congregación para vivir nuestro carisma, y esto, sin necesidad de abandonar las obligaciones y los deberes propios de su estado.
VIII. EL ROSARIO
[72] A la periferia del escudo, rodeando el corazón Inmaculado, se encuentra un Rosario azul celeste. Los continentes en cada padrenuestro ponen de manifiesto el deseo que llevamos en el alma de conquistar el mundo para María, haciendo que con nuestro carisma el “planeta sea azul”, porque solo por Ella llegará a nosotros el reinado de Jesucristo. En orden a este ideal, se descubre la vocación misionera de cada Hija de la Sagrada Familia —sea de vida activa o contemplativa—, por la que nos apresuramos a dar una respuesta generosa a la Iglesia en todo tiempo.
La cuenta central encierra el continente europeo, porque allí se sitúa Roma —el corazón de la Iglesia, el Alma Mater de la fe, la Ciudad eterna— donde el cristianismo se concentra, de manera especial, por tener en ella a nuestro amado ‘San Pedro’, en la persona del Sumo Pontífice. Es en Roma donde, con mayor intensidad, debemos trabajar por la reevangelización para hacerla volver, junto con toda Europa, a sus orígenes cristianos.
IX. LAS SIETE ESPADAS
[73] El Corazón y todos los continentes perforados por las siete espadas representan el ansia de expandir el carisma, para que el mundo entero advierta que tiene una Madre que padece agudas penas como las que vivió en sus ‘siete dolores’ y que ahora se ven personificados en el Cuerpo místico de Cristo. El desamor a Dios y el pecado en las almas renuevan en el Señor el sufrimiento de su pasión, pero junto a Él está la Virgen, que también vuelve a vivirla. De ahí, el anhelo por llegar a cada continente para comunicar estas verdades y enseñar a todos a reparar el corazón Inmaculado que tanto sufre por su amor.
X. LA CORONA
[74] La Virgen debe reinar en el mundo entero porque Ella es quien se encargará de extender plenamente el reinado de su Hijo Jesucristo, como lo describe san Luis de Montfort. En esto se resuelve la alegoría de la corona en la parte más alta del escudo, en que todos los elementos del Carisma deberán ponerse al servicio de este gran ideal: establecer el reinado mariano sobre la tierra.
X. LIRIO (SAN JOSÉ)
[75] El lirio simboliza la paternidad espiritual de San José hacia nosotras. Se figura en la base inferior, dentro y fuera del escudo, para significar su custodia sobre todos los elementos y sobre los bienes materiales y espirituales de nuestra Congregación.
[76] Nadie como San José nos da ejemplo más verídico de cómo ser auténticas consagradas a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santísima Madre por su vida de oración, confianza, abandono, humildad, virginidad, pobreza, obediencia, mansedumbre y piedad que modela, en todo, la nuestra. Él es maestro de esta verdadera esclavitud de amor que, libremente, profesamos a Dios y a su Madre.
[77] Caminando en pos de nuestra Santa Madre Iglesia que ha tomado a San José como patrono universal, lo elegimos como nuestro más importante Patrono —después de la Santísima Virgen— bajo el apelativo de custodio y protector de la Congregación. Puesto que fue «protector del Niño Dios durante su vida terrena», acoge también hoy a sus hijas con especial atención, sin descuidar ninguna de sus necesidades. Él nos mira confiadas a su cuidado y, como Esposo de María y Padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad.
[78] La imagen de Jesús en los brazos de San José nos lleva a figurarnos también en ellos, pues somos los miembros de su Cuerpo místico. Su extrema solicitud nos inspira la confianza de que nada indispensable podría faltarnos, como nada le faltó al Niño Jesús en medio de su suma pobreza. Él es el «amparo en la defensa contra los esfuerzos del ateísmo mundial, que tiende a la ruina de las naciones cristianas», él nos libra del mal que acecha a la Congregación y a la Iglesia entera, y así, reconociendo con ella el gran poder que tiene San José frente el peligro y los ataques del maligno, exclamamos con las palabras de León XIII: «Aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios […]. Asístenos propicio desde el cielo en esta lucha contra el poder de las tinieblas […] y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del Niño Jesús, así ahora defiende a la Santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad».
[79] San José custodiará el carisma, la espiritualidad, la formación y todos los elementos que conforman la Congregación. Así como él «se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su esposa y al Divino Niño, por medio de su trabajo consiguió regularmente lo que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos, cuidó al Niño de la muerte cuando era amenazado por los celos de un monarca y le encontró un refugio, en las miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús», de igual forma, desbordará su protección sobre nosotras pues no sabe separar el Cuerpo, que es la Iglesia, de la Cabeza, su Hijo. «Encomendándonos, por tanto, a la protección de aquel, a quien Dios mismo confió la custodia de sus tesoros más preciosos y más grandes» tengamos firme certeza de que en todo seremos asistidas y el maligno enemigo no tendrá poder alguno sobre la Congregación.